Espirito Santo: cuando la trastienda bancaria da miedo

Lo que ha ocurrido en las últimas semanas con el Banco Espírito Santo  es una de esas bofetadas en la cara a la confianza del usuario medio en la banca, pero, lo que es más grave, es otra muestra más del escenario de los horrores que la trastienda bancaria ha escondido durante los últimos años en el ámbito europeo, algo que por lo visto se ha multiplicado dentro de la península ibérica.

Cuando se anunciaba la depreciación de los activos a finales del mes pasado de julio, y éstos caían más de 4,300 millones de euros, antes incluso del proceso del traspaso los activos tóxicos a la entidad, y la creación de ese Novo Banco tras la intervención y recapitalización por parte de las autoridades bancarias portuguesas, ya se podía adivinar la historia de miedo que se esconde detrás de la gestión de la que pasaba por ser una de las entidades más sólidas en la banca lusa.

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El destronamiento de la familia Espirito Santo de la dirección de la entidad, no sólo sacaba a reducir una historia de luchas intestinas y gestión personalizada al límite, sino también datos tremebundos como una exposición al crédito sin autorización, pero más allá aún una exposición al crédito de la que no eran conocedores ni siquiera miembros del propio consejo de administración, que desconocían la existencia de esos vehículos fuera del propio balance.

Estamos hablando,efectivamente, de una gestión cortijera dentro de una entidad internacional. Los hechos se sucedieron a partir del conocimiento de estos datos, como ya sabemos la merma del capital disponible por la entidad fue tal que acabó necesitando  la inyección proporcionada por el gobierno portugués, ahora bien, el mensaje del banco sigue siendo que no se trata de un rescate sino de un préstamo que se devolverá euro sobre euro (algo de esto nos suena a los españoles).

En el fondo, lo que subyace en todo esto, es efectivamente el enorme poder adquirido por una banca que durante los años 80 y 90 del pasado siglo cimentó su funcionamiento en la personalización absoluta de sus dirigentes, y en una especie de modelo de gestión por encima del bien y del mal que, como vemos, no sólo está pasando factura a quienes lo provocaron, facturas que probablemente sí pueden pagar, si no también, y mucho más que un puente a un usuario absolutamente desconcertado y al que, recuperar la confianza en la banca le va a suponer un esfuerzo ímprobo para los próximos años.

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